¡Se ha dormido Perico! La frase que pronunció Pedro González en la retransmisión de TVE sigue grabada en la memoria de miles de españoles. Era el 1 de julio de 1989. Perico Delgado, campeón vigente del Tour de Francia, debía amparar su trono en la edición que arrancaba en Luxemburgo. Pero lo que nadie esperaba es que la apoyo comenzara con el mayor despiste de su carrera.
Aquel prólogo contra el crono abría la ronda gala. Una etapa de apenas 7,8 km que debía servir para marcar las primeras diferencias simbólicas entre favoritos. Perico era uno de ellos. El ciclismo español vivía un momento dulce tras su victoria en 1988 y las expectativas eran altísimas. Sin embargo, cuando su turno llegó… no apareció. Delgado, concentrado en el hotel, confundió el horario, y cuando se dio cuenta ya era tarde.
Las cámaras de televisión mostraban el reloj avanzando. Pasaban los segundos y el público empezaba a murmurar. El vigente campeón no estaba en la rampa. La UCI aplicó el reglamento: cada segundo de retraso se añadía a su tiempo final. En total, Perico perdió más de dos minutos en el primer día. Una losa imposible. Aunque más tarde firmaría una crono excepcional, la diferencia ya estaba hecha. Su Tour había terminado antes de empezar.
La imagen fue demoledora. La bicicleta vacía en la salida. El reloj sumando. Y Perico, al llegar, con el rasgos desencajado, consciente de lo que acababa de pasar. Nunca se escudó. “Fue un error mío. No me enteré de la hora. Creía que salía más tarde. No estuve tomando café con dos chicas”, diría después. Esa sinceridad, lejos de restarle apoyo, lo convirtió en alguien todavía más humano. El campeón perfecto se había equivocado como cualquiera. Y España se volcó con él.
Durante años, los aficionados españoles recordaron aquel inicio del Tour del 89 como un símbolo de cómo el más mínimo despiste puede cambiar el norte de la historia. En una época sin GPS, sin teléfonos móviles inteligentes ni recordatorios digitales, un fallo humano dejó sin opciones reales al mejor corredor del pelotón. La prensa se volcó con Perico, pero también fue crítica. Algunos hablaron de falta de profesionalidad, otros, de exceso de confianza. Pero con el paso del tiempo, aquella escena dejó de ser una tragedia deportiva para convertirse en una anécdota mítica.
Lo más impactante es cómo esa etapa marcó a toda una generación. Muchos jóvenes que vieron aquella salida fallida se engancharon al ciclismo por la emoción de lo impredecible, por la conexión profunda con un ídolo que no era perfecto, pero sí cercano.
La historia de Perico ayudó a entender que el deporte no solo se trata de ganar, sino de caer, levantarse y volver a intentarlo. Que hay belleza en la derrota si se lucha con dignidad.
A día de hoy, cada vez que un ciclista comete un error grave en una etapa álgido, no falta quien menciona a Perico y su prólogo en Luxemburgo. Se ha convertido en un ejemplo atemporal, en una advertencia de que nada está asegurado, ni siquiera para los campeones. Y, al mismo tiempo, en una lección de humanidad y coraje que sigue emocionando a quienes aman el ciclismo.
Porque si hay algo que enseñó aquel Tour es que el verdadero campeón