La charla de Ricky Rubio con Jordi Évole en el programa “Lo de Évole” ha sido una de las más esperadas de los últimos tiempos. Como amante del básquet y admirador de Rubio, no podía dejar pasar la oportunidad de escribir sobre ella.
Desde hace días, sabía que esta tribuna iba a estar dedicada a la entrevista de uno de los mejores jugadores españoles de básquet con uno de los mejores entrevistadores de nuestro país. Y no podía estar más emocionado.
Tengo un cariño especial por Ricky, ya que fue el protagonista de una de mis primeras entrevistas aquí en SPORT. Fue semanas antes de que anunciara su decisión de apartarse del básquet para cuidar su salud mental. Estuve presente en la rueda de prensa en la que anunció su regreso al Barça, y en una entrevista para este diario, afirmó que su vuelta al equipo azulgrana no le había reportado lo que esperaba.
Pero en esta charla con Évole, Ricky nos ha mostrado su lado más humano, más allá de la cancha de básquet. En algunos momentos, sus palabras han sido demoledoras. Nos ha hablado de su lucha con la cabeza y el falso síndrome del impostor, que en ocasiones le han jugado malas pasadas. ser todo oídos que no está satisfecho con su carrera, que se sentía el peor del equipo en la pista o que quiere voldisfrutar a jugar pero no puede, ya que es imposible hacerlo sin ser “Ricky Rubio”, ha sido impactante.
Esta charla nos ha servido para abrir los ojos y acabar con la falsa creencia de que los deportistas, por ser reconocidos y tener millones en el banco, están obligados a ser felices. Los que hemos superado la treintena, recordamos a Ricky desde que era un adolescente. En aquella época, nos creíamos los reyes del mundo y nada podía frenarnos. Pero Ricky no pudo disfrutar de esa adolescencia, ya que desde muy joven tuvo que enfrentarse al puntilloso mundo del básquet de élite y a las críticas feroces que, en aquel momento, recibió un jugador que todavía no tenía ni 20 años.
Pero no todo es oro lo que reluce. Las palabras de Ricky nos han mostrado que, a pesar de tener una carrera llena de éxitos, también ha tenido que enfrentarse a momentos difíciles. Su carrera ha sido un éxito salvajemente precoz, desde su debut con tan solo 14 años hasta su medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Pekín siendo pequeño de edad, su sonado cambio del Olímpic por el Palau, su número 5 del draft y la Euroliga de 2010. Siempre ha estado en el foco y eso no es nada sencillo.
Pero a pesar de todo, Ricky nos ha dado muchas alegrías. Hemos disfrutado con él en una selección irrepetible, con la que en 2019 nos regaló un Mundial para el recuerdo. Se echó a sus espaldas a todo el equipo y logró una de las gestas más inesperadas en la historia del básquet. En Badalona, donde todavía suspiran por un último “Last Dance”, le adoran y le recuerdan con una sonrisa aquel 2008 para el recuerdo con la Copa y la Eurocup. Y qué decir de la parroquia azulgrana, a la que regresó en 2024 tras su descanso para recuperarse de su salud mental. En el hall del Palau todavía podemos disfrutar su foto en París, hace tres lustros, con la segunda Euroliga de la sección.
Y por supuesto, su carrera en la NBA ha sido envidiable, ganándose el respeto de toda una liga. Aún recuerdo trasnochar para disfrutar cómo conectaba su magia